Caballeros Templarios - Orden de los Pobres Caballeros de Cristo - Orden del Temple
La Orden de los Pobres
Caballeros de Cristo (latín: Pauperes commilitones Christi Templique
Solomonici), comúnmente conocida como los Caballeros Templarios o la
Orden del Temple (francés: Ordre du Temple o Templiers)
fue una de las más famosas órdenes militares cristianas. Esta organización se
mantuvo activa durante poco menos de dos siglos. Fue fundada en 1118 o 1119 por
nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payens tras la Primera
Cruzada. Su propósito original era proteger las vidas de los cristianos que
peregrinaron a Jerusalén tras su conquista. Fueron reconocidos por el Patriarca
Latino de Jerusalén, Gormond de Picquigny, el cual les dio como regla la de los
canónigos agustinos del Santo Sepulcro.
En la actualdad, Los
Caballeros Templarios son una orden de caballería filantrópica internacional
afiliada a la Francmasonería. A diferencia de los grados iniciales conferidos
en una Logia Masónica, que solo requiere una creencia en un Ser Supremo sin
importar su afiliación religiosa, los Caballeros Templarios son una de varias
Órdenes Masónicas adicionales en las cuales la membresía está abierta solo a
Francmasones que profesan una creencia en la religión Cristiana.
Uno de los juramentos que
entran a la Orden están obligados a declarar es para proteger y defender la fe
cristiana. El título completo de esta Orden es: Órdenes religiosas, militares y
masónicas del templo y de San Juan de Jerusalén, Palestina, Rodas y Malta. La
palabra "Unidos" en este título indica que más de una tradición
histórica y más de un Pedido real están controlados conjuntamente en este
sistema. Las Órdenes individuales 'unidas' dentro de este sistema son
principalmente los Caballeros del Templo (Caballeros Templarios), los
Caballeros de Malta, los Caballeros de San Pablo, y solo dentro del Rito de
York, los Caballeros de la Cruz Roja. La Orden deriva su nombre de los
Caballeros Templarios históricos, pero no reclama ningún descenso directo directo
de la orden templaria original.
El vínculo más antiguo
documentado entre la Francmasonería y las Cruzadas es la oración de 1737 del
Chevalier Ramsay. Esto afirmaba que la francmasonería europea surgió de una
interacción entre los masones cruzados y los Caballeros Hospitalarios. Esto se
repite en el primer ritual "Moderns" conocido, el manuscrito de
Berna, escrito en francés entre 1740 y 1744.
En 1751, el barón Karl
Gotthelf von Hund und Altengrotkau comenzó la Orden de la Estricta Observancia,
ritual que afirmó haber recibido de la reconstituida Orden Templaria en 1743 en
París. También afirmó haber conocido a dos de los "superiores
desconocidos" que dirigían toda la masonería, uno de los cuales era el
príncipe Carlos Eduardo Estuardo. La orden entró en declive cuando no pudo
presentar ninguna prueba para respaldar sus afirmaciones, y terminó poco
después de su muerte.
Aprobada de manera oficial por
la Iglesia Católica en 1129, la Orden del Templo creció rápidamente en tamaño y
poder. Los Caballeros Templarios empleaban como distintivo un manto blanco con
una cruz roja dibujada. Los miembros de la Orden del Templo se encontraban
entre las unidades militares mejor entrenadas que participaron en las Cruzadas.
Los miembros no combatientes
de la orden gestionaron una compleja estructura económica a lo largo del mundo
cristiano, creando nuevas técnicas financieras que constituyen una forma
primitiva del moderno banco, y edificando una serie de fortificaciones por todo
el Mediterráneo y Tierra Santa.
El éxito de los templarios se
encuentra estrechamente vinculado a las Cruzadas; la pérdida de Tierra Santa
derivó en la desaparición de los apoyos de la Orden. Además, los rumores
generados en torno a la secreta ceremonia de iniciación de los templarios creó
una gran desconfianza. Felipe IV de Francia, considerablemente endeudado con la
Orden, comenzó a presionar al Papa Clemente V con el objeto de que éste tomara
medidas contra sus integrantes. En 1307, un gran número de templarios fueron
arrestados, inducidos a confesar bajo tortura y posteriormente quemados en la
hoguera. En 1312, Clemente V cedió a las presiones de Felipe y disolvió la
Orden. La brusca desaparición de su estructura social dio lugar a numerosas
especulaciones y leyendas, que han mantenido vivo el nombre de los Caballeros
Templarios hasta nuestros días.
A finales del siglo X,
controladas las invasiones musulmanas y vikingas, bien por vía militar o
mediante asentamiento, comenzó en la Europa occidental una etapa expansiva. Se
produjo un aumento de la producción agraria, íntimamente relacionado con el
crecimiento de la población, y el comercio experimentó un nuevo renacer, al
igual que las ciudades.
La autoridad religiosa, matriz
común en la Europa occidental y única visible en los siglos anteriores, había logrado
introducir en el belicoso mundo medieval ideas como ”La paz de Dios” o la
“Tregua de Dios”, dirigiendo el ideal de caballería hacia la defensa de los
débiles. No obstante, no rechazaba el uso de la fuerza para la defensa de la
Iglesia. “Ya el pontífice Juan VIII, a finales del siglo IX, había declarado
que aquellos que murieran en el campo de batalla luchando contra el infiel,
verían sus pecados perdonados, es más: se equipararían a los mártires por la
fe”.
Existía, pues, un arraigado y
exacerbado sentimiento religioso que se manifestaba en las peregrinaciones a
lugares santos, habituales en la época. Las tradicionales peregrinaciones a
Roma fueron sustituidas paulatinamente a principios del siglo XI por Santiago
de Compostela y Jerusalén. Estos nuevos destinos no estaban exentos de
peligros, como salteadores de caminos o fuertes tributos de los señores
locales, pero el sentimiento religioso, unido a la espera de encontrar
aventuras y fabulosas riquezas orientales, arrastraron a muchos peregrinos, que
al volver a Europa relataban sus penalidades.
El pontífice Urbano II, tras
asegurar su posición al frente de la Iglesia, continuó con las reformas de su
predecesor Gregorio VII. La petición de ayuda realizada por los bizantinos,
junto con la caída de Jerusalén en manos turcas, propició que en el Concilio de
Clermont (noviembre de 1095) Urbano II expusiera, ante una gran audiencia, los
peligros que amenazaban a los cristianos occidentales y las vejaciones a las
que se veían sometidos los peregrinos que acudían a Jerusalén. La expedición
militar predicada por Urbano II pretendía también rescatar Jerusalén de manos
musulmanas.
Las recompensas espirituales prometidas, junto con el ansia de riquezas, hicieron que príncipes y señores respondiesen pronto al llamamiento del pontífice. La Europa cristiana se movió con un ideario común bajo el grito de “Dios lo quiere” (Deus vult, frase que encabeza el discurso del concilio de Clermont en que Urbano II convocó la I cruzada).
La primera cruzada culminó con
la conquista de Jerusalén en 1099 y con la constitución de principados latinos
en la zona: los Condados de Edesa y Trípoli, el Principado de Antioquía y el
Reino de Jerusalén, en donde Balduino I no tuvo inconveniente en asumir, ya en
1100, el título de rey.
Apenas creado el reino de
Jerusalén y elegido Balduino I como su segundo rey, tras la muerte de su
hermano Godofredo de Bouillon, algunos de los caballeros que participaron en la
Cruzada decidieron quedarse a defender los Santos Lugares y a los peregrinos cristianos
que iban a ellos. Balduino I necesitaba organizar el reino y no podía dedicar
muchos recursos a la protección de los caminos, porque no contaba con efectivos
suficientes para hacerlo. Esto, y el hecho de que Hugo de Payens fuese pariente
del Conde de Champaña (y probablemente pariente lejano del mismo Balduino),
llevó al rey a conceder a esos caballeros un lugar donde reposar y mantener sus
equipos, otorgándoles derechos y privilegios, entre los que se contaba un
alojamiento en su propio palacio, que no era sino la Mezquita de Al-Aqsa, que
se encontraba a la sazón incluida en lo que en su día había sido el recinto del
Templo de Salomón. Y cuando Balduino abandonó la mezquita y sus aledaños como
palacio para fijar el trono en la Torre de David, todas las instalaciones
pasaron, de hecho, a los Templarios, que de esta manera adquirieron no sólo su
cuartel general, sino su nombre.
Además de ello, el Rey
Balduino se ocupó de escribir cartas a los reyes y príncipes más importantes de
Europa a fin de que prestaran su ayuda a la recién nacida orden, que había sido
bien recibida no sólo por el poder temporal, sino también por el eclesiástico,
ya que fue el Patriarca de Jerusalén la primera autoridad de la Iglesia que la
aprobó canónicamente. Nueve años después de la creación de la misma en
Jerusalén, en 1128 se reunió el llamado Concilio de Troyes que se encargaría de
redactar la regla para la recién nacida Orden de los Pobres Caballeros de
Cristo.
El concilio fue encabezado por
el legado pontificio D'Albano y al mismo acudieron los obispos de Chartres,
Reims, París, Sens, Soissons, Troyes, Orleans, Auxerre y demás casas
eclesiásticas de Francia. Hubo también varios abades, como Etiene Harding,
mentor de San Bernardo, el propio San Bernardo de Claraval, y laicos, como el
Conde de Champaña y el Conde de Nevers. Hugo de Payens expuso ante la asamblea
las necesidades de la orden, y se decidieron artículo por artículo hasta los
más mínimos detalles de ésta, como podían ser desde los ayunos hasta la manera
de llevar el peinado, pasando por rezos, oraciones e incluso armamento.
Por lo tanto, la regla más
antigua de la que se tiene noticia es la redactada en ese concilio. Escrita
casi seguramente en latín, estaba basada hasta cierto punto en los hábitos y
usos previos al concilio; las modificaciones principales vinieron del hecho de
que, hasta ese momento, los templarios estaban viviendo bajo la Regla de San
Agustín y el concilio les cambió a la Regla Cisterciense (que no era más que la
de San Benito modificada) y que era la que profesaba S. Bernardo.
Una vez redactada fue
entregada al Patriarca Latino de Jerusalén, Esteban de la Ferté, también
llamado Esteban de Chartres, si bien algunos autores estiman que el redactor
pudo ser más bien su predecesor, Garmond de Picquigny, que la modificó
eliminando doce artículos e introduciendo veinticuatro nuevos, entre los cuales
se encontraba la referencia a vestir sólo el manto blanco entre los caballeros
y un manto negro para los sargentos.
Después de recibir la regla
básica, cinco de los nueve integrantes de la Orden viajaron —encabezados por
Hugo de Payens— por Francia primero y por el resto de Europa después,
recogiendo donaciones y alistando caballeros en sus filas. Se dirigieron
primeramente a los lugares de los que provenían, con la seguridad de su
aceptación y asegurándose cuantiosas donaciones. En este periplo consiguieron
reclutar en poco tiempo una cifra cercana a los trescientos caballeros, sin
contar escuderos, hombres de armas o pajes.
Importante fue para la Orden
la ayuda que en Europa les concedió el abad San Bernardo de Claraval que,
debido a los parentescos y las cercanías con varios de los nueve primeros
caballeros, se esforzó sobremanera en dar a conocer a la Orden gracias a sus
altas influencias en Europa, sobre todo en la Corte Papal. San Bernardo era
sobrino de André de Montbard, quinto Gran Maestre de la Orden, y primo por
parte de madre de Hugo de Payens. Era también un creyente convencido y hombre
de gran carácter, cuya sapiencia e independencia eran admiradas en muchas
partes de Francia y en la propia Santa Sede. Reformador de la Regla
Benedictina, sus discusiones con Pedro Abelardo, brillante maestro de la época,
fueron muy conocidas.
Así pues, era de esperar que
San Bernardo aconsejara a la Orden una regla rígida y que les hiciera aplicarse
a ella en cuerpo y alma. Participó en su redacción en 1128 en el Concilio de
Troyes introduciendo numerosas enmiendas en el texto básico que redactó el
patriarca de Jerusalén, Etienne de la Ferté. Y ayudó posteriormente de nuevo a
Hugo de Payens redactando una serie de cartas en las que defendía a la Orden
del Templo como el verdadero ideal de la caballería e invitaba a las masas a
unirse a ella.
Los privilegios de la Orden
fueron confirmados por las bulas Omne datum optimum (1139), Milites
Templi (1144) y Militia Dei (1145). En ellas, de manera resumida, se
daba a los Caballeros Templarios una autonomía formal y real respecto a los
Obispos, dejándolos sujetos tan sólo a la autoridad papal; se les excluía de la
jurisdicción civil y eclesiástica; se les permitía tener sus propios capellanes
y sacerdotes, pertenecientes a la Orden; se les permitía recaudar bienes y
dinero de variadas formas (por ejemplo, tenían derecho de óbolo esto es, las
limosnas que se entregaban en todas las Iglesias una vez al año). Además, estas
bulas papales les daban derecho sobre las conquistas en Tierra Santa, y les
concedía atribuciones para construir fortalezas e iglesias propias, lo que les
dio gran independencia y poder.
En 1167, o según ciertos
estudiosos, en 1187, se redactaron los Estatutos Jerárquicos, especie de
reglamento que desarrollaba artículos de la Regla y que regulaba aspectos
necesarios que no habían sido tenidos en cuenta por la Regla Primitiva (como la
jerarquía de la Orden, detallada relación de la vestimenta, vida conventual,
militar y religiosa, o deberes y privilegios de los hermanos templarios, por
ejemplo). Consta de más de seiscientos artículos, divididos en secciones.
Durante su estancia inicial en
Jerusalén se dedicaron únicamente a escoltar a los peregrinos que acudían a los
santos lugares, y, ya que su escaso número (nueve) no permitía que realizaran
actuaciones de mayor magnitud, se instalaron en el desfiladero de Athlit
protegiendo los pasos cerca de Cesarea. Hay que tener en cuenta, de todas
maneras, que sabemos que eran nueve caballeros, pero, siguiendo las costumbres
de la época, no se conoce exactamente cuántas personas componían en verdad la
Orden en principio, ya que los caballeros tenían todos ellos un séquito, menor
o mayor. Se ha venido en considerar que, por cada caballero, habría que contar
tres o cuatro personas, por lo que estaríamos hablando de unas treinta o
cincuenta personas, entre caballeros, peones, escuderos, servidores, etc.
Sin embargo, su número aumentó
de manera significativa al ser aprobada su regla y ese fue el inicio de la gran
expansión de los pauvres chevaliers du temple (en francés: pobres
caballeros del templo). Hacia 1170, unos cincuenta años después de su
fundación, los Caballeros de la Orden del Templo se extendían ya por tierras de
lo que hoy es Francia, Alemania, el Reino Unido, España y Portugal. Esta
expansión territorial contribuyó al enorme incremento de su riqueza, que pronto
no tuvo igual en todos los reinos de Europa.
Tuvieron una destacada
actuación en la segunda cruzada, protegiendo al rey Luís VII de Francia en las
derrotas que éste sufrió a manos de los turcos. Hasta tres grandes Maestres
Templarios cayeron presos en combate en 30 años: Bertrand de Blanchefort
(1157), Eudes de Saint-Amand y Gerard de Ridefort (1187).
Pero las derrotas ante
Saladino les hicieron retroceder en Tierra Santa: así, en la batalla de los
Cuernos de Hattin que tuvo lugar el 4 de julio de 1187 en Tierra Santa, al
Oeste del Mar de Galilea, en el desfiladero conocido como Cuernos de Hattin (Qurun-hattun),
el ejército cruzado, formado principalmente por contingentes templarios y
hospitalarios a las órdenes de Guido de Lusignan, rey de Jerusalén, y Reinaldo
de Châtillon, se enfrentó a las tropas del sultán de Egipto, Saladino. Este les
infligió una tremenda derrota, en la que cayó prisionero el Gran Maestre de los
templarios (Gérard de Ridefort) y perecieron muchos de sus caballeros, aparte
de las bajas hospitalarias, Saladino tomó posesión de Jerusalén y terminó de un
manotazo con el Reino que había fundado Godofredo de Bouillón. Sin embargo, la
presión de la Tercera Cruzada y, sobre todo, el buen hacer de Ricardo I de
Inglaterra (llamado Corazón de León) lograron de Saladino un acuerdo
para convertir a Jerusalén en una especie de "ciudad libre" para el
peregrinaje.
Después del desastre de
Hattin, las cosas fueron de mal en peor, y en 1244 cayó definitivamente
Jerusalén, recuperada dieciséis años antes por el Emperador Federico II por
medio de pactos con el sultán al-Kamil, y los templarios se vieron obligados a
mudar sus cuarteles generales a San Juan de Acre, junto con las otras dos
grandes órdenes monástico-militares: los Hospitalarios y los Caballeros
Teutónicos.
Las posteriores cruzadas (esto
es, la Cuarta, la Quinta y la Sexta), a las que evidentemente se alistaron los
templarios, o no tuvieron un reflejo práctico en Tierra Santa o fueron
episodios demenciales (como la toma de Bizancio en la Cuarta Cruzada).
En 1248, Luis IX de Francia
(después conocido como San Luis) decide convocar la Séptima Cruzada, y la
lidera, pero no conduciéndola a Tierra Santa, sino a Egipto. El error táctico
del Rey y las pestes que sufrieron los ejércitos cruzados les llevaron a la
derrota de Mansura y al desastre posterior, en el que el propio Luis IX cayó
prisionero. Y fueron los templarios, tenidos en alta estima por sus enemigos,
los que negociaron la paz y los que prestarían a Luis la fabulosa suma que
componía el rescate que debía pagar por su persona.
En 1291 tuvo lugar la Caída de
Acre, con los últimos templarios luchando junto a su Maestre, Guillaume de
Beaujeu, lo que constituyó el fin de la presencia cruzada en Tierra Santa, pero
no el fin de la Orden, que mudó su Cuartel General a Chipre, isla que antaño
habían poseido tras comprarla a Ricardo Corazón de León, pero que hubieron de
devolver al rey inglés ante la rebelión de los habitantes.
Esta convivencia de Templarios
y soberanos de Chipre (de la familia Lusignan) fue incómoda, hasta el punto que
el Temple participó en la revuelta palaciega que destronó a Enrique II de
Chipre para entronizar a su hermano Amalarico II, hecho que permitió la
supervivencia del Temple en la isla hasta varios años después de su disolución
en el resto de la cristiandad (1310)
Los templarios intentarían
reconquistar cabezas de puente para su nueva penetración en el Oriente Medio
desde Chipre, siendo la única de las tres grandes órdenes de caballería que lo
hizo, pues tanto los Hospitalarios como los Caballeros Teutónicos dirigieron
sus intereses a diferentes lugares. La isla de Arwad, perdida en septiembre de
1302 fue la última posesión de los templarios en Tierra Santa. Los jefes de la
guarnición murieron (Barthélemy de Quincy, Hugo de Ampurias) o fueron
capturados, como fray Dalmau de Rocabertí.
Este esfuerzo se revelaría a
la postre inútil, no tanto por la falta de medios o de voluntad, como por el
hecho de que la mentalidad había cambiado y a ningún poder de Europa le
interesaba ya la conquista de los Santos Lugares, con lo que los templarios se
hallaron solos. De hecho, una de las razones por las que al parecer Jacques de
Molay se encontraba en Francia cuando lo capturaron era la intención de
convencer al rey francés de emprender una nueva Cruzada.
El último Gran Maestre, fray
Jacques de Molay se negó a aceptar el proyecto de fusión de las órdenes
militares bajo un único rey soltero o viudo (Proyecto Rex Bellator, impulsado
por el gran sabio Ramón Llull), a pesar de las presiones papales. El 6 de junio
de 1306 fue llamado a Poitiers por el Papa Clemente V para un último intento,
tras cuyo fracaso, el destino de la Orden quedó sellado. Felipe IV de Francia,
el Hermoso, ante las deudas que su país había adquirido, entre otras cosas, por
el préstamo que su abuelo Luis IX solicitó para pagar su rescate tras ser
capturado en la Séptima Cruzada, y su deseo de un Estado fuerte, con el rey
concentrando todo el poder (que, entre otros obstáculos, debía superar el poder
de la Iglesia y las diversas órdenes religiosas como los templarios), convenció
(o más bien, intimidó) al Papa Clemente V,[cita requerida]
fuertemente ligado a Francia, pues era de su hechura, de que iniciase un
proceso contra los templarios acusándolos de sacrilegio a la cruz, herejía,
sodomía y adoración a ídolos paganos (se les acusó de escupir sobre la cruz,
renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos, de adorar a
Baphomet y de tener contacto homosexual, entre otras cosas).
En esta labor contó con la
inestimable ayuda de Guillermo de Nogaret, canciller del reino, famoso en la
historia por haber sido el estratega del incidente de Anagni, en el que Sciarra
Colonna había abofeteado al Papa Bonifacio VIII, con lo que el Sumo Pontífice
había muerto de humillación al cabo de un mes;[cita requerida]
del Inquisidor General de Francia, Guillermo Imberto, más conocido como
Guillermo de París; y de Eguerrand de Marigny, quien al final se apoderará del
tesoro de la Orden y lo administrará en nombre del Rey, hasta que sea
transferido a la Orden de los Hospitalarios.
Para ello se sirvieron de las
acusaciones de un tal Esquieu de Floyran, espía a las órdenes tanto de la
Corona de Francia como de la Corona de Aragón.[cita requerida]
Parece ser que Esquieu le fue
a Jaime II de Aragón con la especie de que un prisionero templario, con quien
había compartido una celda, le había confesado los pecados de la Orden. Jaime
no le creyó y lo echó "con cajas destempladas"..., así que Esquieu se
fue a Francia a contarle el cuento a Guillermo de Nogaret, que no tenía más
voluntad que la del Rey, y que, creyera o no creyera en el mismo, no perdió la
oportunidad de usarlo como pie para montar el dispositivo que, a la postre,
llevó a la disolución de la Orden.
Felipe despachó correos a
todos los lugares de su reino con órdenes estrictas de no ser abiertos hasta un
día concreto, el anterior al viernes 13 de octubre de 1307, en lo que se podría
decir que fue una operación conjunta simultánea en toda Francia.[cita
requerida] En esos pliegos se ordenaba la detención de todos los
templarios y el requisamiento de sus bienes.
De esta manera, en Francia,
Jacques de Molay, último gran maestre de la orden, y ciento cuarenta templarios
fueron encarcelados y seguidamente sometidos a torturas, método por el cual
consiguieron que la mayoría de los acusados se declararan culpables de los
cargos, inventados o no. Cierto es que algunos efectuaron similares confesiones
sin el uso de la tortura, pero lo hicieron por miedo a ella; la amenaza había
sido suficiente. Tal era el caso del mismo gran maestre, Jacques de Molay, quien
luego admitió haber mentido para salvar la vida.
Por otra parte, esta misma
misiva también arribó a varios reinos europeos incluyendo el Reino de Hungría,
donde el recientemente coronado Carlos I Roberto de Hungría, ordenó la
detención inmediata de los caballeros templarios. Las razones reales por las
cuales Carlos Roberto accedió a obrar contra los Templarios son desconocidas
hasta la actualidad, sin embargo pudo haber influido el hecho de que Carlos
Roberto y Felipe IV eran parientes lejanos y se criaron juntos en la infancia.
El rey húngaro, entonces, les prometió misericordia, pero los caballeros
respondieron exigiendo un documento que certificase dicho ofrecimiento. Esto
produjo la ira de Carlos Roberto y de inmediato envió sus tropas para que iniciasen
el asedio de la fortaleza de Léka, una de las sedes principales de los
templarios, donde muchos terminaron masacrados, y otros escaparon.[12]
Llevada a cabo sin la
autorización del Papa, quien tenía a las órdenes militares bajo su jurisdicción
inmediata, esta investigación era radicalmente corrupta en cuanto a su
finalidad y a sus procedimientos, pues los templarios habían de ser
juzgados con respecto al Derecho Canónico y no por la justicia ordinaria. Esta
intervención del poder temporal en la esfera de personas que estaban aforadas y
sometidas por ello a la jurisdicción papal, no sólo produjo de Clemente V una
enérgica protesta, sino que el Pontífice anuló el juicio íntegramente y
suspendió los poderes de los obispos y sus inquisidores.[cita requerida]
No obstante, la acusación había sido admitida y permanecería como la base
irrevocable de todos los procesos subsiguientes.
Felipe el Hermoso sacó ventaja
del "desenmascaramiento", y se hizo otorgar por la Universidad de
París el título de «campeón y defensor de la fe», y, en los Estados Generales
convocados en Tours supo poner a la opinión pública en contra de los supuestos
crímenes de los templarios. Más aún, logró que se confirmaran delante del Papa
las confesiones de setenta y dos presuntos templarios acusados, quienes habían
sido expresamente elegidos y entrenados de antemano. En vista de esta
investigación realizada en Poitiers (junio de 1308), el Papa, que hasta
entonces había permanecido escéptico, finalmente se mostró interesado y abrió una
nueva comisión, cuyo proceso él mismo dirigió. Reservó la causa de la Orden a
la comisión papal, dejando el juicio de los individuos en manos de las
comisiones diocesanas, a las que devolvió sus poderes.
La comisión papal asignada al
examen de la causa de la Orden había asumido sus deberes y reunió la
documentación que habría de ser sometida al Papa y al Concilio General
convocado para decidir sobre el destino final de la Orden. La culpabilidad de
las personas aisladas, que se evaluaba según lo establecido, no entrañaba la
culpabilidad de la orden. Aunque la defensa de la Orden fue efectuada
deficientemente, no se pudo probar que ésta, como cuerpo, profesara
doctrina herética alguna o que una regla secreta, distinta de la regla oficial,
fuese practicada. En consecuencia, en el Concilio General de Vienne,
en el Delfinado, el 16 de octubre de 1311, la mayoría fue favorable al
mantenimiento de la Orden, pero el Papa, indeciso y hostigado por la corona de
Francia principalmente, adoptó una solución salomónica: decretó la disolución,
no la condenación, y no por sentencia penal, sino por un decreto apostólico
(bula Vox clamantis del 22 de marzo de 1312).
El Papa reservó para su propio
arbitrio la causa del Gran Maestre y de sus tres primeros dignatarios. Ellos
habían confesado su culpabilidad y sólo quedaba reconciliarlos con la Iglesia
una vez que hubiesen atestiguado su arrepentimiento con la solemnidad
acostumbrada. Para darle más publicidad a esta solemnidad, delante de la
Catedral Notre Dame de París fue erigida una plataforma para la lectura de la
sentencia, pero en el momento supremo, Molay recuperó su coraje y proclamó la
inocencia de los templarios y la falsedad de sus propias supuestas confesiones.[cita
requerida] En reparación por este deplorable instante de debilidad,
se declaró dispuesto al sacrificio de su vida y fue arrestado inmediatamente
como herético reincidente, junto a otro dignatario que eligió compartir su
destino, y fue quemado junto a Geoffroy de Charnay atados a una estaca frente a
las puertas de Notre Dame en l'Ille de France el día de la Candelaria (18 de
marzo) de 1314.
En los otros países europeos,
las acusaciones no fueron tan severas, y sus miembros fueron absueltos, pero, a
raíz de la disolución de la Orden, los templarios fueron dispersados. Sus
bienes fueron repartidos entre los diversos Estados y la Orden de los
Hospitalarios: en la Península Ibérica pasaron a la corona de Aragón en el este
peninsular, de Castilla en el centro y norte, de Portugal en el oeste y a la
Orden de los Caballeros Hospitalarios, si bien tanto en un reino como en otro
surgieron diversas órdenes militares que tomaron el relevo a la disuelta, como
la Orden de los Frates de Cáceres o de Santiago, la Montesa (en Aragón), la
Calatrava o la Álcantara, a las que se concedió la custodia de los bienes
requisados. En Portugal el rey Dionisio les restituye en 1317 como
"Militia Christi" o Caballeros de Cristo, asegurando así las
pertenencias (por ejemplo, el Castillo de Tomar) de la orden en este país. En
Polonia los Hospitalarios recibieron la totalidad de las posesiones de los
Templarios.
Actualmente se encuentra en
los archivos vaticanos el pergamino de Chinon, que contiene la absolución del
papa Clemente V a los Templarios. Aun cuando este documento tiene una gran
importancia histórica, pues demuestra la vacilación del Papa, nunca fue oficial
y aparece fechado con anterioridad a las Bulas Vox in excelso, Ad
providam y Considerantes, donde se procedió a la disolución de la
Orden y la distribución de sus bienes. Así, según el texto de Vox in excelso:
"Nos suprimimos la Orden de los templarios, y su regla, hábito y nombre,
mediante un decreto inviolable y perpetuo, y prohibimos enteramente Nos que
nadie, en lo sucesivo, entre en la Orden o reciba o use su hábito o presuma de
comportarse como un templario. Si alguien actuare en este sentido, incurre
automáticamente en excomunión". En concreto, el Manuscrito de Chinon está
fechado en agosto de 1308. En esas mismas fechas (agosto de 1308), el Papa
emite la Bula Facians Misericordiam, donde confirma la devolución de la
jurisdicción a los inquisidores y emite el documento de acusación a los
templarios, con 87 artículos de acusación. Asimismo, emite la bula Regnans
in coelis, por la que convoca el Concilio de Vienne. Por tanto, estas dos
bulas, que sí fueron promulgadas oficialmente, tienen validez desde el punto de
vista canónico, mientras que el documento de Chinon es un mero
"borrador" de gran importancia histórica, pero escasa importancia
jurídica.
Cien años más tarde de su fundación oficial, hacia 1220, eran la organización más grande de Occidente, en todos los sentidos (desde el militar hasta el económico), con más de 9.000 encomiendas repartidas por toda Europa, unos 30.000 caballeros y sargentos (más los siervos, escuderos, artesanos, campesinos, etc.), más de 50 castillos y fortalezas en Europa y Oriente Próximo, una flota propia anclada en puertos propios en el Mediterráneo (Marsella) y en La Rochelle (en la costa atlántica de Francia).
Todo este poder económico se
articulaba en torno a dos instituciones caracterísiticas de los templarios: la
encomienda y la banca.
Uno de los aspectos en los que la orden destacó de una manera extremadamente
rápida y sobresaliente fue a la hora de afianzar todo un sistema
socio-económico sin precedentes en la historia. La dura tarea de llevar un
frente en ultramar les hizo proveerse de una increíble flota, una red de
comercio fija y establecida, así como de un buen número de posesiones en Europa
para mantener en pie un flujo de dinero constante que permitiera subsistir al
ejército defensor en Tierra Santa.
A la hora de dar donaciones,
la gente lo hacía de buena gana; unos, interesados en ganarse el cielo; otros,
por el hecho de quedar bien con la Orden. De este modo la misma recibía
posesiones, bienes inmuebles, parcelas, tierras, títulos, derechos, porcentajes
en bienes, e incluso pueblos y villas enteras con los derechos y aranceles que
sobre ellas caían. Muchos nobles europeos confiaron en ellos como guardianes de
sus riquezas e incluso muchos templarios fueron usados como tesoreros reales,
como en el caso del reino francés, que dispuso de tesoreros templarios que
tenían la obligación de personarse en las reuniones de palacio en las que se
debatiera el uso del tesoro.
Para mantener un flujo
constante de dinero, la Orden tenía que tener garantías de que el capital no
fuera usurpado o robado en los largos viajes. Con este fin se estableció en
Francia una serie de redes de encomiendas que se esparcían por prácticamente
toda la geografía francesa y que no distaban unas de otras más que un día de
viaje. Con esta idea se aseguraban de que los comerciantes durmieran siempre a
resguardo bajo techo y poder así garantizar siempre la seguridad de sus
caminos.
No sólo supieron crearse todo
un sistema de mercado, sino que se convirtieron en los primeros banqueros desde
la caída de Roma. Y lo hicieron a sabiendas de la escasez de moneda en la vieja
Europa y ofreciendo en sus tratos intereses mucho menos usurarios que los ofrecidos
por los mercaderes judíos. Así pues, crearon libros de cuentas, la contabilidad
moderna, los pagarés e incluso la primera letra de cambio. En esta época pesaba
mucho la idea de transportar dinero en metálico por los caminos, y la Orden
dispuso de documentos acreditativos para poder recoger una cantidad
anteriormente entregada en cualquier otra encomienda de la orden. Solamente
hacía falta la firma, o en su caso, el sello.
La encomienda es un bien inmueble, territorial, localizado en determinado lugar,
que se formaba gracias a donaciones y compras posteriores y a cuya cabeza se
encontraba un Preceptor. Así, a partir de un molino (por ejemplo) los
templarios compraban un bosque aledaño, luego unas tierras de labor, después
adquirían los derechos sobre un pueblo, etc., y con todo ello formaban una
encomienda, a manera de un feudo clásico. También podían formarse encomiendas
reuniendo bajo un único preceptor varias donaciones más o menos dispersas.
Tenemos noticia de encomiendas rurales (Mason Dieu, en Inglaterra, por ejemplo)
y urbanas (el "Vieux Temple", recinto amurallado en plena capital
francesa).
Al poco, su red de encomiendas
derivó en toda una serie de redes de comercio a gran escala desde Inglaterra
hasta Jerusalén, que ayudadas por una potente flota de barcos en el
Mediterráneo consiguió hacerle la competencia a los mercaderes italianos (sobre
todo, de Génova y Venecia). La gente confiaba en la Orden, sabía que sus
donaciones y sus negocios estaban asegurados y por ello no dejaron nunca de
tener clientela. Llegaron hasta el punto de hacerles préstamos a los mismísimos
reyes de Francia e Inglaterra.
Los templarios tuvieron uno de sus más lucrativos negocios en la
comercialización de reliquias. Los templarios distribuían el óleo del milagro
de Saidnaya, un santuario a 30 km de Damasco a cuya Virgen se atribuía el
milagro de exudar un líquido oleoso. Los templarios lo embotellaban en pequeños
frascos y lo distribuían en Occidente. Al parecer, también comercializaron
numerosos fragmentos del Lignum Crucis, la Santa Cruz en la que se decía
había estado crucificado Jesucristo y que se decía habían encontrado ellos.
Sin embargo, sus operaciones
económicas siempre tuvieron como meta el dotar a la Orden de los fondos
suficientes como para mantener en Tierra Santa un ejército en pie de guerra
constante.
Los Rangos en la Orden estaban
organizados de la siguiente manera:
- Sirvientes (aspirantes)
- Escuderos
- Caballeros
- Priores comendadores
- Maestres ( De los cuáles el primero fue Hugo de Payns)
- Gran Maestre (Equivalente a príncipe)
Viendo esta clasificación cabe mencionar que solo los caballeros eran los que llevaban la indumentaria con que comúnmente son identificados (manto blanco y cruz de malta). Eran feroces combatientes y su servicio para Jerusalén era distinguido, aunque sostenían malas relaciones con la orden de los hospitalarios, a tal grado que para el año 1240 se habían deteriorado a tal magnitud, que caballeros de ambos bandos luchaban entre sí en plena calle en Acre.
Su desmesurado crecimiento material se debía a varias razones. En 1.139 consiguieron una bula papal que les excluía de la jurisprudencia, tanto civil como eclesiástica, con lo que no volvieron a rendir cuentas ni a reyes ni a obispos, únicamente al Papa. Además de los testamentos y donativos que recibían, también estaban las grandes fortunas de los nobles que entraban a formar parte de la orden. También podían recolectar dinero en todas las iglesias de occidente, una vez al año. Obtenían grandes beneficios comerciales con todo el excedente que obtenían de sus granjas y encomiendas.
Para 1170, la orden de los
templarios se encontraba en Francia, Alemania, España y Portugal, y 50 años más
tarde era la fuerza económica, militar, política y religiosa más importante de
Europa. Dentro de sus posesiones se presume que estaban:
Tales castillos construidos por los templarios eran potentes formas de control
sobre el territorio conquistado o amenazas para los territorios por conquistar,
algunos de los castillos construidos por los templarios nunca fueron tomados,
aunque sí abandonados cuando se retiraron a Palestina en 1221. El poder y
prestigio de los templarios era tal, que cuando el rey de Aragón Alfonso I
"El Batallador" murió, nombró como herederos del reino a los
Templarios, aunque claro la nobleza Aragonesa no permitió que esto ocurriera y
terminaron nombrando al Monje Ramiro II como rey de Aragón y a García Ramírez
como rey de Navarra, no obstante tuvieron que ceder algunas propiedades y
privilegios como compensación.
Los templarios resultaron una
importante fuerza a tomar en cuenta en las campañas cruzadas en contra de los
sarracenos, aunque no lograron tomar nuevamente jerusalén ya que Saladín había
unificado a los árabes y ejercía un liderazgo ejemplar. Cuando Jerusalén fue
conquistada nuevamente por los árabes, los caballeros templarios se instalaron
en Chipre, y a partir del siglo XII se establecieron en las zonas fronterizas
de Cataluña, Aragón, Navarra y Castilla, desde donde pudieron participar en las
conquistas cruzadas.
Processus contra Templarios:
El jueves 25 de octubre de 2007, los responsables del Archivo Vaticano
publicaron el documento Processus contra Templarios, que recopila el
Pergamino de Chinon, o las actas de exculpación del Vaticano a la Orden del
Temple, precisamente el año en que se conmemoraba el 700º aniversario del
inicio de la persecución contra la Orden.
El acto tuvo lugar en la Sala
Vecchia del Sínodo, en el Vaticano, con la asistencia de Raffaele Farina,
archivista bibliotecario de la Santa Romana Chiesa; Sergio Pagano, prefecto del
Archivo Secreto Vaticano; Bárbara Frale, descubridora del pergamino y oficial
del archivo; Marco Maiorino, oficial del archivo; Franco Cardini, medievalista,
y Valerio Massimo Manfredi, arqueólogo y escritor.
Los documentos que sirvieron
al Tribunal papal para decidir la suerte de los templarios se encuentran en el
Archivo Secreto del Vaticano, y se habían extraviado desde el siglo XVI,
después de que un archivero los guardase en un lugar erróneo. En 2001, la
investigadora italiana Bárbara Frale los encontró y su estudio mostró que el
Papa Clemente V no quiso en principio condenar a los templarios, aunque
finalmente, cediendo a las presiones francesas, terminaría haciéndolo.
El "Pergamino de
Chinon", uno de los documentos del volumen Processus contra Templarios
presentado por el Vaticano, corrige la leyenda negra sobre la Orden y muestra
la voluntad personal del papa Clemente V. A pesar de ello, y habida cuenta de
que el "Pergamino de Chinon" es anterior a la fecha de las bulas
papales de disolución de los templarios, en realidad aquel quedó como una
expresión de la conciencia personal del Papa. En cambio, la postura oficial de
la Iglesia es la de la disolución de la Orden. En efecto, el documento de
Chinon data de agosto de 1308. Ese mismo mes de agosto de 1308, el Papa
promulga la bula Facians Misericordiam, por la que se devolvió a los
inquisidores su jurisdicción. En la segunda sesión del Concilio de Vienne, el 3
de abril de 1312, se aprueba la Bula Vox in Excelso, emitida por el
propio Papa Clemente V el 22 de marzo de 1312, confirmada por la Bula Ad
Providam de 2 de mayo de 1312. En ambas se declara la disolución definitiva
de la Orden.
Processus contra Templarios establece que:
- El Papa Clemente V no estuvo convencido de la culpabilidad
de la Orden del Templo.
- La Orden del Templo, su Gran Maestre Jacques de
Molay y el resto de los templarios arrestados, muchos de ellos
ajusticiados posteriormente, fueron absueltos por el Santo Padre.
- La Orden nunca fue condenada, sino disuelta,
fijando la pena de excomunión a quien quisiera reeditarla.
- El Papa Clemente V no creyó en las acusaciones de
herejía y por ello permitió a los templarios ajusticiados recibir los
Sacramentos, a pesar de lo cual, fueron ajusticiados en la forma en que la
jurisdicción canónica establecía para los herejes relapsos (aquellos que
después de confesar, se echan atrás en sus confesiones).
- Clemente
V negó las acusaciones de traición, herejía y sodomía con las que el Rey
de Francia acusó a los templarios, no obstante lo cual, convocó el
Concilio de Vienne para confirmar dichas acusaciones.
- El proceso y martirio de templarios fue un
“sacrificio” para evitar un cisma en la Iglesia Católica, que no compartía
en su gran parte las acusaciones del Rey de Francia, y muy especialmente
de la Iglesia francesa.
- Las acusaciones fueron falsas y las confesiones
conseguidas bajo torturas.
A la vista de los documentos
históricos cabe resumir que, aunque el Papa Clemente V intentara en su fuero
interno evitar la condena a los templarios, su debilidad frente a Felipe IV de
Francia hizo que continuara con el proceso de disolución de la Orden. Este
proceso de disolución acaba en 1312. Recojamos en este punto lo que la bula Ad
Providam, que no ha sido al día de hoy derogada, dice al respecto:
... Hace poco, Nos, hemos suprimido definitivamente y perpetuamente la Orden de la Caballería del Templo de Jerusalén a causa de los abominables, incluso impronunciables, hechos de su Maestre, hermanos y otras personas de la Orden en todas partes del mundo... Con la aprobación del sacro concilio, Nos, abolimos la constitución de la Orden, su hábito y nombre, no sin amargura en el corazón. Nos, hicimos esto no mediante sentencia definitiva, pues esto sería ilegal en conformidad con las inquisiciones y procesos seguidos, sino mediante orden o provisión apostólica.
Fragmento de la bula Ad Providam
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